El resentimiento como opción vital
He aquí una manera de vivir curiosa. Quien así vive no olvida, no perdona agravios reales o imaginarios. Dicho así, todos nos podemos sentir retratados: en algún momento de nuestra vida hemos dejado que ese sabor claramente amargo nos guiara. Pero el resentimiento como manera de vivir es algo más complejo y que cala hondo. Tenemos pues a un ser que se acostumbra a esa textura, a ese olor, a ese malestar profundo que pone al cuerpo en guardia, a la mente a la defensiva frente a los demás.
De esta forma la ironía se transforma en sarcasmo, en vitriolo humeante que se derrama sobre los otros. Hay una intranquilidad, una comezón del alma que impide disfrutar los buenos momentos de una forma plena, entregada. El individuo es incapaz de soltar, de dejar ir, de fluir. Como sostener esta manera de vivir requiere tiempo y energía, hay que justificar ante uno ese derroche. Para ello es necesario tener siempre razón, da igual el tema, el asunto, lo importante es tener razón. Una suerte de comportamiento fanático, susceptible y agrio que lleva en ocasiones a la crueldad. Es difícil el diálogo establecido sobre esas bases.
Al revés de lo que pueda pensarse, el resentimiento puede traer longevidad, no hay tiempo suficiente para tanto rencor, ni una sola vida basta. Es una forma de vivir adictiva, sin embargo puede superarse. Es algo tan sencillo como soltar, dejar ir, tan difícil para los humanos que hemos de controlar siempre, los músculos tensos, el pensamiento vigilante, la lengua al acecho para zaherir.